Montirone

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Lejos queda la sola vista del imponente tamaño de la villa Lechi, en Montirone, cuando provocaba sentimientos de sobrecogimiento y dependencia en los habitantes del pueblo; desapareció de repente el sometimiento de muchos agricultores y campesinos hacia los condes y señores feudatarios Emili, por investidura del obispo Tommaso Visconti desde el 1396, de la tierra al norte del pueblo, que estaban encaramados en su torre construida en una colina artificial en el 1404 por Filippino degli Emili.

Estos dos símbolos del poder feudal están, ahora fuera de servicio y se utilizan para fines más pacíficos, uno frente al otro separados del Naviglio (canal de agua), que Berardo Maggi, obispo y señor de la ciudad, quería construir el sueño de tener un canal navegable hasta el Oglio para regar la campiña y a través el cual hacer flotar las maderas. Todavía sigue siendo un sueño, porque a principios del siglo XVII las aguas en el Naviglio, entonces llamado la Serioletta, servían “solamente para regar el campo”. Y era un sueño para el obispo, siempre en el siglo XVII, poder cobrar a sus vasallos el alquiler o las gratificaciones por estas tierras que eran feudo del obispado. De hecho la localidad de Montirone, a finales del siglo X, había sido dada al Obispo por la viuda del Conde de Lecco.

Por otro lado, en el siglo XIV los negocios iban bien cuando el obispo,  a través del Gastaldo (funcionario con cargos en la localidad) de Montirone, conseguía copiosas sumas de dinero por la venta de mortero y ladrillos o carneros, toros, cereales, lana, tocino o quesos.  Posteriormente el obispado subinfeudò sus tierras a las familias nobles de los Fregosi, Los Malvezzi y los Arrigoni.

Contada en este modo el inicio de la historia de Montirone, nos lleva a creer que en estas tierras han vivido sólo nobles feudatarios; en realidad, vivían en la ciudad con sus familias y a través de campesinos y agricultores gestionaban los más de 11 millones de metros cuadrados del territorio “con buenos ingresos”, afirma Giovanni de Lezze en su Registro de la propiedad bresciano (1609-10). Pero tampoco los agricultores y colonos fueron capaces, por sí solos, de ganar dinero en estos terrrenos. ¿Quién más, entonces, lo hacía? Así que finalmente vieron la luz del sol y de la hisoria la “gente” de Montirone; los que trabajaron el campo de los demás, los que, eran siervos primero y  jornaleros o campesinos después, han dado cuerpo a la primitiva comunidad; gente cuyos nombres no conocemos pero de los cuales sabemos las dificultades de la vida y de la muerte. Tal vez tampoco eso. Pero lo podemos imaginar.

Mientras en los pueblos vecinos como Ghedi, S.Zeno o Bagnolo la población había constituido el ayuntamiento con sus propios estatutos, en Montirone, debido a la escasez de población o bien por el desinterés de auto-gobierno, los habitantes se arrastraban  al trabajo del campo encomendando a los feudatarios (señores), al obispo y a los propietarios de las tierras cada decisión sobre su destino.

Es falso lo que afirma la “Pequeña historia de Montirone” dónde se cuenta que: “También Montirone tiene su Secretario, tiene tres Alcaldes (gratis), el Andador (mensajero municipal), el Massaro (recaudador de impuestos)”; el mencionado Registro de la propiedad, por otro lado, escribe textualmente: “En Montirone sólo hay un Massaro, elegido en una subasta, y la gente no paga los impuestos, pagan sólo treinta liras porque es lo único que pueden dar”. Era tal, probablemente, la degradación de nuestros antepasados que preferían continuar en la condición de siervos en lugar de subir a jefe y decidir, a pesar de las influencias en su propio futuro.

A los condes Emili, que mandaban en el pueblo, se le dio también de optar al rector de la iglesia, junto con los otros propietarios; de vez en cuando se mostraban generosos haciendo alguna oferta, pero no por esto eran considerados, por parte de la población, unos grandes benefactores.

A principios del siglo XVIII, el obispo de Brescia concede a la familia de los Lechi las tierras al sur del Naviglio; éstos compraron la villa de los Crotta y, en unos diez años, después de haber encargado al arquitecto Antonio Turbino las obras, la transformaron en aquella maravilla que actualmente es el palacio Lechi. Todavía “La pequeña historia de Montirone” sostiene que entre finales del siglo XVIII y principios del XIX, “en Montirone han sucedido dos hechos importates: en 1799 los Austro-Russi, en guerra contra los Franceses, han asaltado la casa Lechi donde después en el 1805 el Emperador y Rey de Italia Napoleón Bonaparte es invitado por sus generales condes Giuseppe, Teodoro y Angelo Lechi”

¿Y que habrían ganado los Austro-Russi con saquear las casas de la pobre gente? ¿Y dónde podía alojarse Napoleón sino es en el mayor palacio del pueblo? El único hecho importante, quizás, es que la familia de los condes Lechi se haya puesto al servicio de las ideas de la Libertad, Igualdad y Fraternidad, defendidas por la Revolución Francesa.

La presencia de los Lechi en el pueblo no fue, aun así, apresora como se produjo en el antiguo régimen o como, en los siglos anteriores, había sido la de los Emili, que se extinguió sobre finales del siglo XIX. La unificación de Italia y la llegada del nuevo Reino no cambiaron las condiciones económicas de la mayoría de la población: aparceros, asalariados, peones, jornaleros; toda gente que miraba de reojo al propietario o arrendatario para ganar la lucha por la supervivencia para ellos y para la propia familia. Incluso el fascismo, se piensa que es la habitual “Pequeña historia” que habla de Mussolini como el que “reorganiza el Estado,… procede sin obstáculos en los programas de rehabilitación, promueve la educación pública, la asistencia social, las reglas para el trabajo y el desarrollo industrial…”, puede dar respuestas satisfactorias a las necesidades de los agricultores. Esta situación de conflicto, a veces amarga, por el alimento, continuó hasta la extrema consecuencia del agotamiento de la clase asalariada que después de los años sesenta  se había rendido frente al avance de la industrialización.

Ahora sobre las orillas del Naviglio el panorama ha cambiado: casas nuevas o en reestructuración embellecen el paisaje, nuevas villas y aldeas han sustituído la nostalgia de las granjas, el trabajo de los campos se ha sustituído por talleres o servicios. Nuevos retos, impensables, esperan a Montirone y a su gente. Tenemos que ser conscientes del propio pasado, también si no ha sido muy brillante.

Un pueblo en  nombre a la gente

Los apodos que se remontan varios años atrás y fueron atribuidos  a personas que son del pasado. Sin embargo, hemos pensado de recordarlos en la memoria, en homenaje y para revivir las aventuras vividas y los alegres momentos pasados juntos. El pueblo en estos últimos años se ha ampliado desproporcionadamente con la llegada de nuevos habitantes de los cuales no se conoce el pasado y ni mucho menos sus apodos: por lo tanto nos referiremos solo a las viejas fanilias originarias (como se decía en los siglos pasados)

Comenzamos con los Grège (Pluda) su apodo deriva, probablemente, de la grègia, nuestra grappa (tipo de licor); otra familia son los Pluda debemos recordar que fue llamada  Büle. También los Vòm (Bordonali) y los Nèma(Bonomelli). Los Rampì eran los Romano, los Murì eran apodados los Valzelli y Valzelli eran también i Tušì; los Obesalini eran apodados los Gaöi. Una familia de los Ferrari era llamada los Titi Ò-ó.

Los Bertoli eran conocidos como los Maragnì y los Gadaldi como los Farina. Los Ma-tache eran los Bonometti: ¿quizás se han juntado para ser apodados así?

Los Mamiga eran los Bonomi y se cuenta una anécdota muy simple; cuando se hablaba de algún miembro de la familia los asistentes irrumpian en Bu òm? Ma miga…”.

Si se quiere seguir en el mare magnum de los apodos personales estamos perdidos, se proporciona, por ello, algunos a modo de ejemplo sin la preocupación de ser exhaustivos.

Pietro Alberti era conocido como el Pelóso o Samuele Morstabilini como Méle. Gino Pegoiani era apodado Cantabé, pero no sabemos la concordancia que hay con su faceta de canto; Alfredo Savio es conocido como Cartèla.

Se recuerdan a èl Pinciaèl Pacio y èl Pucia respectivamente Venturelli, el hermano de Piero Colpani y Mario Bresciani. Mientras Ernesto Bandera era llamado èl Gallo, Gianni Mesa era èl Polatì.

Èl Mulèta era Nani Colpani, èl Màcina Pizzamiglio; Olindo Bonometti era llamado èl Cinés y Mario Gennari èl Montagnì. Él Ci è un Redana e èl Ciò è Guido Domeneghetti.

Battista Belussi era llamado èl Nóno, mientras Gianni Montanari era conocido como èl Vècio; Adamo Vaccari èl Barba, Eugenio Caravaggi èl Barbù y Franco Bonfadini èl Bafo.

Vittorio Danesi, quedó en la memoria de los de Montironi, era llamado èl Còco; la Còca era, sin embargo, Rosa Pluda. Riccardo Della Maestra es Pómi y Luigi Lombardi Patatina.

Francesco Domeneghetti responde al apodo de Bigógna y Sergio Bonomi de Mogógn; Cannobbio es Barèl, los hermanos Pietro y Angelo Antonelli son, respectivamente, èl Gégia y Braghì.

Armando Boffa corresponde a Cua, mientras el hermano Ezio es conocido como Pinguino. Cristoforo Moretti es Tafarì y Tortelli èl šio Pì.

Todos conocen a Nino Colpani èl Mancì, llamado así porque es el hijo del Mancio. Domenico Zani es llamado èl Börsa y Mario Rocchi Šinšìlio; Luciano Ottonelli es Manara y Eugenio Tognassi Stèrsa; Trombai es un Lombardi Faustino Bonomi è Müs-cì; il pastore Rico Bandera es conocido como èl Ciù, y Pietro Martinelli como èl Palér.

No sabemos si ha sido a causa de su paciencia que Italo Piovanelli lo han llamado Giòbe;  Franco Quadri es llamado Marconi o también Canale cinque. El mendigo Antonio Ferrari respondía a Lèlio y Caldera a Cónci.

No olvidemos a Cèo (Giuseppe Bonsignori). Y junto con él, recordemos a Piero Colpani apodado èl Négher Canèl, Luigi Bandera èl Bèlo, Angelo Tinti Fiore (Fiura) y Gianni Tognassi llamado èl Sindech. Y por último: Enrico Dumonsel conocido como Cincì, Antonio Pompieri como Maspes. Ettore Antonini como Maì y Bruschi como Mondo.